VIAJE A DOS DE LAS ISLAS AZORES (I) - AUTOR: JAVIER RUIZ

ISLAS AZORES – HORTENSIAS, VACAS Y VERDOR.

 

El Archipiélago de las Azores (Açores, en idioma local), es un grupo de nueve islas portuguesas situadas en medio del océano Atlántico, a unos 1400 km al oeste de Lisboa, y que forman parte de la Macaronesia (nombre colectivo de cinco archipiélagos del Atlántico Norte, más o menos cercanos al continente africano: Açores, Canarias, Cabo Verde, Madeira e islas Salvajes)
 
En total su extensión es de unos 2332 km2, siendo la mayor la isla de São Miguel con 747 km2 y la más pequeña Corvo con 17 km2.
 
Su población total es de unas 250.000 personas, de las que aproximadamente la mitad se concentran en la isla de São Miguel.
 
Son realmente poco conocidas; los turistas de momento no se han decidido a visitarlas masivamente, menos de 700.000 personas al año y la gran mayoría portugueses.
 
A nivel ornitológico en estas islas se han contabilizado 421 especies de aves de las que sólo 40 son reproductoras; el resto son divagantes ocasionales procedentes principalmente de Norteamérica, pero cuentan con un tesoro endémico: el Camachuelo de las Açores o Priolo, el ave más escasa de Europa y que tiene su último refugio en una zona muy concreta de la isla principal.

Pinzón vulgar (Fringilia coelebs)
Foto: Javier Ruiz

Comenzamos nuestro viaje visitando São Miguel, que como ya hemos dicho es la mayor de todas las islas. Tras un tranquilo pero algo pesado (por las escalas) vuelo llegamos a nuestro destino Vila Franca do Campo, un pequeño pueblo marinero situado a poco más de 20 km de Ponta Delgada, la capital.

Vista de Vila Franca do Campo, desde el puerto.
Foto: Montse González

Nos alojamos en el Hotel Vinha d’Areia, que está entre una playa de arena negra, no muy grande, y el puerto pesquero.

Vista del Hotel, desde el puerto.
Foto: Montse González

Por la tarde después de comer aprovechamos para pasear por los alrededores. La playa estaba prácticamente desierta y pudimos ver varios vuelvepiedras, algún que otro correlimos tridáctilo y bastantes charranes comunes. Luego fuimos a la zona del puerto y allí, aparte de muchas gaviotas patiamarillas volvimos a ver charranes comunes y una pareja de charranes rosados (ave que tiene en las Açores su principal zona de reproducción a nivel mundial).

Correlimos tridáctilo (Calidris alba)
Foto: Javier Ruiz

Cenamos en un restaurante cercano al hotel, donde hicimos un maravilloso descubrimiento que nos condicionó para el  resto del viaje: la Queijada de Vila Franca, un delicioso pastelillo autóctono, hecho con mantequilla, huevos, harina y queso. A partir de ese momento la queijada fue nuestro postre predilecto.

Queijada de Vilafranca. Pastelito peligrosamente delicioso.
Foto: Montse González

Al día siguiente empezamos a explorar la isla. Primera parada: las Furnas, lugar de intensa actividad volcánica donde se pueden ver las denominadas caldeiras, zonas en las que el agua hirviendo sale impulsada fuera de la tierra en forma de vapor formado grandes nubes y donde el olor a azufre se hace muy presente.

Una de las furnas.
Foto: Javier Ruiz

 Y aquí ocurrió otro descubrimiento gastronómico, el cozido das furnas, muy parecido al cocido madrileño con la diferencia de que aquel no lleva garbanzos; su peculiaridad reside en que se cuece sin añadir agua durante unas 8 horas en vasijas de barro enterradas en la tierra caliente de las propias furnas.
 
Luego, un largo paseo alrededor de la Lagoa das Furnas, ¡había que quemar calorías!

Lagoa das Furnas.
Foto: Javier Ruiz

En el transcurso del paseo vimos varias lavanderas cascadeñas y reyezuelos sencillos, en las Açores estas aves pertenecen a subespecies diferentes de las de aquí.
A la orilla de esta laguna se ubica la Capilla Nossa Senhora Das Vitórias, una construcción privada, de estilo gótico, y aspecto algo inquietante por la zona donde se encuentra.
 
Capilla Nossa Senhora Das Vitorias
Foto: Montse González

Un nuevo día y una nueva expedición, el objetivo era Sete Cidades, una de las zonas más conocidas y a la vez más bellas de todas las Açores. De camino paramos para ver el Salto do Cabrito, una cascada de unos 40 metros de altura en un paraje muy interesante. De ahí pasamos a la Lagoa do Fogo una impresionante laguna de más de 20 km2 que ocupa el interior de un cráter.
 
Salto do Cabrito.
Foto: Javier Ruiz

También el cráter de Sete Cidades contiene dos de las lagunas más famosas, la Lagoa Azul y la Lagoa Verde. Están unidas, pero se diferencian claramente los colores que les dan nombre, como si tuvieran una “frontera” sumergida. Se encuentran justo al lado del pequeño pueblo de Sete Cidades. La Lagoa Azul tiene unos 12 km de perímetro. La vista de este paisaje desde alguno de los Miradouros, como el da Vista do Rey es increíble, y desde él se puede apreciar claramente la diferencia de colores entre las dos lagunas y contemplar un paisaje exuberante y de gran belleza.

Lagoa das Sete Cidades
Foto: Javier Ruiz
 
A pocos kilómetros, en la zona noroeste se encuentra Mosteiros un pueblo pintoresco con una costa modelada por la lava que la hace muy interesante. Aquí estuvimos mirando como un montón de vuelvepiedras se alimentaba bajo la atenta mirada de un zarapito trinador.

Costa en la zona de Mosteiros
Foto: Javier Ruiz
 
Una nueva jornada y un nuevo destino la región de Nordeste, aquí se encuentra uno de los objetivos de nuestro viaje: visitar el Centro Ambiental do Priolo. El Priolo o Camachuelo de las Açores es la única ave endémica de estas islas y la más escasa de Europa con menos de 2000 individuos. La gestión de este centro lo lleva la SPEA (asociación afín a lo que es SEO/Birdlife en España), y allí fuimos atendidos por una monitora que casualmente era de Madrid y nos explicó los trabajos que realizaban, y las dificultades y problemas que tenían en su labor conservacionista (bastante similares a los que se padecen en este sentido, en nuestro país).

Desde aquí fuimos hacia el Miradouro del Pico Bartolomeu, unos kilómetros transitando por una carretera que atraviesa un bosque de Laurisilva y que termina en este pico de unos 800 m de alto y desde el que se divisa la mayor parte la isla. Nuestro deseo era volver a ver un priolo y nos pareció que alguno atravesaba la carretera, pero no lo pudimos confirmar.
 
Y desde aquí a Nordeste. Para llegar a este pueblo teníamos que atravesar la Serra da Tronqueira. Un precioso camino de rural de unos 15 km cruzando un bosque impresionante, con unos helechos de más de 3 m de altura. Este era el lugar donde mejor se podríamos ver al priolo y estamos convencidos de haber visto algunos.

Serra da Tronqueira (helechos gigantes)
Foto: Javier Ruiz

Pero poco a poco el tiempo fue empeorando (no en vano, los azorianos dicen que las cuatro estaciones pueden sucederse en un mismo día), empezó a llover y una niebla intensa hizo desaparecer el bosque y el camino. Yo con mi “optimismo” habitual le recomendaba a Montse que lo mejor era dar la vuelta y regresar, pero ella tenía claro que podríamos llegar a nuestro destino sin incidencias y, como siempre, eso fue lo que pasó. 

Nubes acaparando el cielo.
Foto: Montse González

Después de comer nos acercamos a la Ribeira des Caldeiroes, un interesante parque lleno de cascadas, pero que después de la visita a Tronqueira, nos pareció demasiado “domesticado”.
 
Ribeira des Caldeiroes
Foto: Montse González

En estas islas se encuentran las únicas plantaciones de té existentes en Europa, por lo que hicimos una visita a la finca Cha Gorreana, que es donde está una de esas plantaciones.

Plantaciones de té en Cha Gorreana
Foto: Javier Ruiz
 
Para acabar el día nos acercamos a las Termas de Ponta da Ferraria y nos dimos baño relajante en una piscina de agua salada a 40º. Estas termas son únicas  en el mundo, debido a la existencia de agua marina termal de origen volcánico y con un contenido muy alto de azufre.
 
Y por fin llego el día, las condiciones meteorológicas parecían buenas y (previa confirmación telefónica) no nos iban a suspender la salida. Nos dirigimos al puerto para embarcar y hacer la deseada, sobre todo por mi parte, excursión para ver ballenas y delfines. Nos preparamos bien, Montse tomó una dosis adecuada de biodramina y ¡a navegar!
 
Lo primero que vimos fueron gaviotas patiamarillas, charranes comunes y muchísimas pardelas cenicientas. Al poco rato aparecieron los delfines, por decenas, incluso con crías saltando y haciendo cabriolas a nuestro lado: delfines comunes, mulares y moteados y también vimos, muy cerca, una tortuga boba. Los cachalotes y las ballenas, no se dejaron ver, pero a pesar de eso, fue un avistamiento fantástico.
 
Charrán Común (Sterna hirundo)
Foto: Javier Ruiz

El regreso fue algo accidentado pues el mar empezó a picarse y las olas nos llegaban de costado, mejor dicho de mi costado. Acabé completamente empapado (eso me pasa por sentarme justo en el lado de estribor) en cambio Montse ni se mareó ni se mojó.

Avistamiento de delfines. Costa cercana a Vila Franca do Campo.
Foto: Montse González

Detalle de los delfines a nuestro lado.
Foto: Javier Ruiz.

Y para celebrar nuestra travesía marítima, nos fuimos cenar al restaurante Atlántico. Habíamos leído que era el mejor de la zona y tenían razón. El estofado de pulpo era exquisito. Montse se “contentó” con un enorme entrecot a la brasa y de postre ¡Queijadas de Vila Franca con helado!

Nuestra estancia en esta isla tocaba a su fin e hicimos las maletas para preparar el vuelo interior hasta nuestro próximo destino la Isla de Flores. 

Septiembre 2019


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